Política
Lampedusa no puede olvidar: una década de gestión migratoria a la deriva
Lampedusa (Italia), 2 oct (EFE).- Hace diez años la isla italiana de Lampedusa (sur) amanecía con 368 migrantes muertos en uno de los mayores naufragios que se recuerdan en el Mediterráneo y aunque la tragedia espabiló a Italia y Europa, el fenómeno no solo se ha detenido sino que persiste entre políticas errantes y titubeos. Es una tierra condenada a no olvidar.
La diminuta Lampedusa es el enclave más sureño de Italia, de hecho está más cerca de Túnez que de los acantilados sicilianos, y por eso se ha convertido en una «Puerta de Europa» para los migrantes que siguen escapando de África.
Su nombre es el sinónimo de una crisis que no cesa, pero también de numerosos naufragios, aunque el del 3 de octubre de 2013 sigue, aún hoy, enquistado en la memoria colectiva de sus habitantes.
Una fecha en la roca
Aquella noche una patera zarpada de Libia se hundía a una milla de las rocosas costas de Lampedusa por un incendio a bordo causado por la llamada de auxilio de su conductor, que quemó su propia camiseta para hacerse ver desde tierra en la oscuridad.
En la panza de aquel barco viajaban unas 520 personas, de las que murieron 368.
La tragedia conmocionó al mundo e Italia, gobernada entonces por el socialdemócrata Enrico Letta, reaccionó impulsando por primera vez una ambiciosa estrategia de patrulla, la Operación Mare Nostrum: «Lo reivindico como una decisión de civismo», recuerda a EFE.
Fue el origen de operaciones europeas con las que se salvó a miles de inmigrantes en los años siguientes, como Tritón, entre 2014 y 2018, o «Sophia», hasta 2020.
Pero eso no frenó el tránsito de pateras ni la sangría de muertes en el Mediterráneo: la Organización Internacional para las Migraciones cifra en 28.105 las personas desaparecidas en sus olas desde el 2014.
Las crisis subsaharianas, la miseria o la emergencia climática han empeorado la situación en el último año, en el que han desembarcado en Italia 133.171 inmigrantes, el doble que hace un año (71.325).
El actual Gobierno, de la ultraderechista Giorgia Meloni, ariete contra la inmigración durante años, capea como puede estas cifras después de un verano de caos y trata de convencer a Europa de que reescriba las normas de la acogida de los solicitantes de asilo, por el momento con escaso éxito.
«Me produce tristeza ver que el problema continúa diez años después», confiesa Letta.
Una paradoja entre la vida y la muerte
Lampedusa es una tierra contradictoria. Llamada a gestionar miles de llegadas cada año, todo transcurre disimuladamente, sin que los inmigrantes, encerrados en su único centro de acogida, interfieran con el «maná» de la isla: los turistas.
Sin embargo, los isleños, menos de 6.000, sí denuncian el «abandono» del Estado. «¿Cómo voy a olvidar el naufragio?», exclama María, una vieja costurera que enseguida muestra en su pecho una gran cicatriz. «No tenemos hospitales, tuvieron que llevarme a Sicilia», confiesa.
Lo cierto es que la isla, con playas paradisíacas, no goza de los mejores servicios públicos pero cuenta con un pequeño ambulatorio reforzado precisamente para atender a los inmigrantes que llegan, muchos ateridos de frío o deshidratados.
Su director, Francesco D’Arca, ha desplegado en el puerto un punto de atención para asistir eventuales urgencias en los desembarcos: «Hemos tenido que reorganizarnos en el último año por el aumento de inmigrantes, más del 120 %», alega.
El doctor no solo es la primera mano tendida a estas personas, sino que también practica las autopsias a quienes perecen en estas peligrosas travesías. «El estrés es mucho porque muchas son las historias sensibles que debemos vivir», confiesa.
«No puedo olvidar a los niños carbonizados por una explosión de carburante en una patera, ni a los dos recién nacidos que llegaron muertos por hipotermia en el viaje, en brazos de su madre, ni a los ahogados que he tenido que examinar. Los llevo conmigo», zanja.
Es la paradoja de una isla que hace diez años se despertó con una muerte que nunca dejó de merodear por sus aguas y que, al mismo tiempo, sigue siendo -y será- para muchos una roca de salvación en mitad de la ruta migratoria más letal del planeta.
Gonzalo Sánchez
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