Cultura
La escena ballroom en Bogotá: un espacio de amor y hermandad para la comunidad LGBTIQ+
Redacción América, 22 nov (EFE).- Entre luces, lentejuelas y pasos desafiantes, la comunidad LGBTIQ+ de Bogotá convierte el ballroom en una fiesta de resistencia, un refugio donde el arte se vuelve grito, el maquillaje es escudo y el baile una forma de decir “aquí estamos”.
Olimpia Chanel artista drag y ‘madre’ fundadora del Iconic House of Chanel en Bogotá, una casa y congregación para personas con diversidad sexual y de género, reaviva ese legado nacido en Harlem hace medio siglo, demostrando que en cada pose y cada mirada también se libra una batalla por la dignidad, la diversidad y el amor propio.
“Si hay algo que puedo encontrar en ballroom que no hay en otros espacios, sería diversidad, hermandad y amor”, cuenta a EFE.
Una historia de lucha y resistencia

La cultura ballroom nació en la década de 1970 como una manifestación de resistencia para las comunidades negras y latinas LGBTIQ+ en Estados Unidos, especialmente en el barrio de Harlem, Nueva York.
En ese contexto, las personas queer racializadas enfrentaban una doble discriminación: por su orientación sexual o identidad de género, y por su color de piel dentro de una sociedad marcada por el racismo y la homofobia.
Ante la exclusión que sufrían en los concursos drag dominados por mujeres blancas, Crystal LaBeija, una mujer trans afroamericana, decidió crear sus propios eventos.
De esta iniciativa surgieron los ballrooms, unos espacios seguros donde las personas podían expresarse libremente a través del baile, el performance, el vestuario y la actitud, sin miedo a la violencia o al rechazo.
De Harlem a Bogotá

Ballroom llegó a Bogotá en el año 2017 en una época en la que los lugares dedicados a la fiesta le negaban la posibilidad de divertirse a personas con identidades fuera de la heteronorma.
A pesar de los intentos por abrir espacios ‘gay-friendly’, persistía el rechazo hacia las personas trans y de género diverso. Es así cómo encontraron en el ballroom la oportunidad de ser libres, ‘mariconear’, disfrutar y a su vez crear comunidad.
Así surgió la primera casa de ballroom en Colombia, ‘House of Tupamaras’, un espacio para quienes, debido a su identidad, fueron excluídos de sus casas biológicas y necesitaban buscar un nuevo nido donde echar raíces y formar una nueva familia.
“Hay muchas personas de la comunidad que no son aceptadas por quienes son en nuestro contexto colombiano que es machista, racista, falocentrista, xenofobico y demás; y eso nos exige generar nuevos espacios dónde nos sintamos cómodas y sepamos que estaremos bien”. resalta Olimpia.
Estas casas no solo reciben ese nombre, sino que muchas de ellas también cuentan con un espacio físico donde sus integrantes viven en compañía, pagan arriendo y conviven juntos.
La fuerza de estas redes comunitarias dialoga con otros procesos autogestionados dentro de la comunidad LGBTIQ+. Un ejemplo es la Ley Comunitaria Trans, una iniciativa construida por más de 100 organizaciones, activistas y redes de apoyo para garantizar el derecho a la identidad de género y otros derechos históricamente negados. Más de 1.355 personas participaron en su consulta nacional, cuyos resultados se presentaron en Bogotá en mayo de 2023.
Este proceso evidencia cómo la resistencia se mantiene, pues aunque el ballroom llegó en el 2017, hoy la violencia persiste. Las cifras hablan por sí mismas, en el año 2024, la red ‘Sin violencia LGBTI’ documentó 175 asesinatos a personas LGBTIQ+.
Honrar y cuidar a través del arte
Durante la primera ola del ballroom en Bogotá solo se conocían tres categorías: vogue, runway y lip sync. Estas estaban diseñadas para que quienes quisieran expresarse, liberarse y ser vistas desde la tarima pudieran hacerlo. Hoy en día, el movimiento ha evolucionado y existe una amplia variedad de categorías para brillar en escena y demostrar su arte.
Pia Cañón, conocida artísticamente como Baby Lilith, artista trans, explica a EFE que las categorías nacen de las diversas necesidades individuales de las personas queer, con el objetivo de ofrecerles un espacio donde pueda “surgir su ser, su arte” y, al mismo tiempo, sentir que pertenecen a una comunidad de hermandad en la que sea posible “crecer juntos, crear y conspirar”.
“El que hayan diferentes categorías y diferentes espacios nos permite encontrar con qué nos sentimos más cómodes, con qué nos sentimos más identificades, conocer otras personas que nos enseñen también diferentes cosas, es todo un proceso de autodescubrimiento muy mágico y muy lindo que, además, se construye en comunidad”, añade Valentina Uribe, artista drag conocida como Microcósmica.
El ballroom también fomenta espacios de apoyo colectivo. En algunos de sus encuentros se pide a los asistentes que donen alimentos no perecederos, ropa, materiales escolares, productos de aseo y dulces, que luego son entregados a la fundación Sonrisas Sin Fin, dedicada a ayudar a familias de bajos recursos.
“Lo que más me gusta es el ambiente, se siente muy original, muy libre. La gente es demasiado auténtica. Estos espacios merecen la pena ser visitados y que la diversidad viva, porque eso somos los seres humanos, diversos”, resalta Tatiana, una de las asistentes.
Angélica Santisteban
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