Crimen y Justicia
El ‘e-commerce’ de la cárcel: el negocio que auxilia a las familias de presos en Brasil
São Paulo, 24 dic (EFE).- Un clic, un enlace de pago y un código de seguimiento: el ritual es el mismo pero, en las pantallas de las familias de los presos, el carro de compras electrónico se llena de productos de primera necesidad que atienden a estrictas normas de seguridad.
Los kits para presos, bautizados en Brasil como ‘jumbos’, son cada vez más populares y han transformado un tedioso proceso logístico de filas interminables en las puertas de las prisiones en un comercio electrónico de la necesidad.
El circuito es silencioso: el familiar elige, la empresa despacha, y una caja de cartón color madera de hasta 12 kilos con productos llega por correo y atraviesa los muros de alguna de las 213 penitenciarias del estado de São Paulo, en el país con la tercera mayor población carcelaria del mundo.
Las cifras de la Secretaría Nacional de Políticas Penales dibujan un sistema al borde del colapso: Brasil alberga a aproximadamente 702.000 personas en espacios diseñados para apenas 500.000. Este excedente no solo genera hacinamiento, sino un vacío de suministros que el Estado es incapaz de llenar.
Así lo entendió Demetrius Aparecido de Freitas durante su estancia en prisión, y con el dinero ahorrado de sus trabajos internos creó Disk Jumbo, una empresa dedicada a resolver este tipo de encomiendas.
Las sábanas, el acolchado o incluso la ropa que el preso usa diariamente es “la de alguien que acaba de salir. Lo que el Estado brinda no está en condiciones. Entonces, hasta que recibís la primera encomienda, vivís de la donación de los presos que salieron en libertad. Así funciona”, recuerda en conversación con EFE.
La sistematización de la necesidad

En las estanterías de Jumbo CDP, una de las firmas líderes del rubro, la variedad es técnica, no estética. Los empleados deben elegir entre más de cinco tipos de jabones: verdes, amarillos, blancos; con o sin envoltorio; de glicerina o aromatizados.
En algunas cárceles, las paredes son amarillas, por lo que no permiten jabones de ese mismo color que puedan camuflar un posible hueco en la pared, una de las tácticas más comunes de fuga, explica a EFE Victor Albuquerque, jefe de estrategia de la empresa.
En estos casos, la precisión es vital. En algunas prisiones, la violación de por lo menos una de las decenas de normas que rigen sobre las encomiendas puede significar el descarte del producto o incluso, en casos de reincidencia o de violaciones más graves, la restricción del familiar que envía por período indeterminado.
La ropa blanca debe ser sin dobladillo; el panetone, industrializado y en su envase original; y los libros, “sin tinte político”, detalla Víctor, hijo de Sebastião Pereira de Albuquerque Jr., el creador de la tienda que comenzó como una simple ayuda a una amiga y se consolidó en un negocio con más de doce años en el mercado.
La tarea diaria es descifrar las reglas de un sistema que “cambia las normas” más rápido de lo que las informa.
Durante los primeros dos años, Sebastião se dedicó a “estudiar” y recabar las instrucciones de cada unidad penitenciaria, una dinámica que permanece aún hasta el día de hoy.
Cuenta que hace poco hizo 200 kilómetros hacia una penitenciaría, “100 km de ida y 100 de vuelta”, para averiguar por qué una de sus cajas había sido rechazada.
Si estar al día con las normativas a veces parece una tarea difícil para ellos, “imagínate para las familias”, dice, “desesperadas, angustiadas, sin saber a dónde o a quién recurrir”.
El impulso inicial de toda familia es el desborde: llenar la caja de productos para aliviar el encierro. Sin embargo, la realidad de los muros impone su propia lógica de mercado y, en el período de integración, la abundancia es un peligro: un ‘jumbo’ demasiado generoso convierte al recién llegado en un blanco.
Por eso, estas tiendas especializadas aconsejan la austeridad, enviar solo lo básico: una muda para vestir, un set de ropa de cama, algunos elementos de higiene personal y pocos alimentos.
“Entendimos con el tiempo que no estábamos solo vendiendo, sino que también brindamos un servicio social. Ese mundo (carcelario) es de mucha desconfianza. Los familiares necesitan una persona en quien confiar”, afirma.
Ailén Desirée Montes

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