Crimen y Justicia
El primer bombardeo contra Beirut añade un poco más de inseguridad a los capitalinos
Noemí Jabois y Ana María Guzelian
Beirut, 30 sep (EFE).- Uno de los puntos más bulliciosos de Beirut con su constante trajín de viajeros, la estación de autobuses de Cola está mucho más apagada de lo normal este lunes, después de que la zona fuera objetivo del primer bombardeo israelí contra la capital libanesa en un año de conflicto.
En pleno costado de esta estación al aire libre, se erige un edificio con el quinto piso totalmente destruido y sin paredes, dejando claro donde se alojaban los líderes del Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP) que fueron atacados de madrugada por Israel.
Como suele ocurrir con estos bombardeos quirúrgicos, solo las plantas adyacentes presentan daños.
«Vi dos misiles aterrizando en el edificio, uno explotó y el otro no; me metí inmediatamente en mi furgoneta y me fui a mi aldea. Hoy volví, pero aún me tiemblan las piernas», explicó a EFE un joven conductor que trabaja transportando pasajeros en una de las típicas camionetas compartidas.
Afirmó que la madrugada de este lunes vio «con sus propios ojos» el ataque que mató a tres miembros del Frente Popular, entre ellos su comandante militar en el Líbano, Imad Awda, y a al menos una cuarta persona, según el recuento oficial.
El primero en Beirut
Se trata del primer ataque contra la capital libanesa en casi un año de enfrentamientos entre Israel y Hizbulá, aunque sí habían sido ya bombardeados sus suburbios meridionales bastión del grupo chií, incluidas varias veces durante el fuerte recrudecimiento de la última semana.
La acción, aunque selectiva, ha sembrado aún más miedo en Beirut, que en los últimos días ha recibido a decenas de miles de desplazados por una intensa campaña aérea contra los bastiones de Hizbulá, mientras Israel amenaza con una invasión terrestre al sur del país.
En Cola, hay mucho menos bullicio este lunes, y el conductor de furgonetas asegura que el número de autobuses y vehículos compartidos operativos es apenas la mitad del habitual.
Tampoco hay tantos taxis esperando pasajeros, solo algunos como el de Ahmad, que también presenció el bombardeo y que en las horas siguientes ha regresado para trabajar en la estación desde su casa en Sidón (sur) por pura necesidad.
«Estaba aquí de pie en una esquina cuando ocurrió el ataque y me fui inmediatamente. Tuve que volver hoy a trabajar, tengo una familia a la que mantener y tres hijos», dijo a EFE el taxista, apoyado en el coche alquilado que le hace de medio de subsistencia.
«Ayer, estuvimos oyendo los cazas y drones durante tres horas, atacaron tan pronto como la plaza quedó más vacía», agregó.
A Ahmad le tranquiliza en cierta medida que en su zona de Sidón los ataques están dirigidos específicamente contra combatientes de Hizbulá u otras milicias, pero se pregunta: «Quién sabe quién vive en tu edificio, ¿verdad?».
Pocas opciones
El taxista es sirio, lleva 13 años en el Líbano y no se plantea huir a su país de origen, como han hecho unas 50.000 personas en la última semana, según datos de la ONU.
«Estoy acostumbrado al Líbano, a la gente y a mi trabajo, además mi casa en Siria está destruida y si vuelvo tendré que dejar atrás todo lo que he comenzado aquí (…) Volver a Siria requeriría cantidades ingentes de dinero que me resulta imposible conseguir», sentenció.
No muy lejos de donde Ahmad espera a algún cliente, Jamila al Ali relata a EFE cómo se despertó con las llamadas de varios seres queridos que preguntaban si estaba bien tras el ataque en Cola. Vive a tan solo un bloque de distancia, en el vecino barrio de Tariq el Jedideh, y se muestra sorprendida de no haber escuchado la explosión.
«Asumimos que en esta zona no hay nada para atacar, pero nunca se sabe que decidirán hacer los israelíes. Es tan incierto que no se puede siquiera predecir o asumir qué va se nos va a venir», comentó, al recordar que ya ha habido presuntas amenazas israelíes contra barrios beirutíes donde alguna gente desalojó por precaución.
Aunque trabaja en Beirut, la joven es oriunda del sur del país, adonde solía viajar cada fin de semana y hoy una zona casi fantasma en medio de la oleada de bombardeos iniciada hace siete días contra la región.
«Este fue el primer fin de semana que no voy y, por supuesto, me he traído a mi familia (a la capital). Ya he empezado a sentir que estoy desplazada porque la casa del sur está destruida, pero ¿qué podemos hacer?», concluyó Jamila.
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