Ciencia y Tecnología
El croar de la última rana de Quito ligada al agua vuelve a resonar poco a poco
Quito, 3 oct (EFE).- El croar de la rana marsupial andina vuelve a resonar poco a poco en Quito, gracias a un proyecto para repoblar los espacios naturales de este anfibio, el último ligado al agua en la capital de Ecuador, donde la expansión del asfalto y la contaminación ha ido acallando un canto que era parte de la sinfonía natural de la ciudad.
Y es que el crecimiento urbano ha eliminado rápidamente los empozamientos de agua donde la rana marsupial andina se reproduce.
«Este animal era muy común antes, vivía en las pozas de agua», y eran conocidos en su primera etapa como «uilli-uillis» (renacuajo), «término que, además, es muy típico de la cultura quiteña», dijo a EFE el director del Zoológico de Quito, Martín Bustamante.
Pero desde hace varios años, la rana marsupial andina (gastrotheca riobambae) está en peligro de desaparecer de la ciudad y de correr la misma suerte de otras ranas quiteñas ya extintas.
Un canto que renace
Ubicado en la zona de Guayllabamba, a unos nueve kilómetros de Quito, el Zoológico está enclavado en un entorno agrícola, cuya agua para riego «proviene de sistemas de canales, artificialmente embalsados, y en estos lugares las ranas dejan sus renacuajos, (pero) luego no pueden salir de estos reservorios y son repartidos a la tierra agrícola, donde mueren», explicó Bustamante.
Ante esa situación, el Zoológico lidera un proyecto para trabajar con renacuajos rescatados de esos reservorios y trasladados a charcas artificiales en lugares donde solían vivir, como el Parque Bicentenario, donde antes funcionaba el aeropuerto internacional de Quito, en pleno corazón del centro norte de la ciudad.
Pero antes del aeropuerto hubo «un humedal en donde vivían los renacuajos. Hace un siglo, esto estaba poblado» de ellos, recordó el director del Zoológico al avanzar que el proyecto busca también el rescate de plantas.
Y, por ello, ahora hay un espacio donde se ha restablecido una comunidad de plantas, y charcas en las que han colocado renacuajos. «Ellos atravesaron ya el proceso de metamorfosis. Ha sido un ejercicio también de error y experimentación pero, finalmente, este año ya empezamos a escuchar los cantos», apuntó.
Experiencia a replicar
Bustamante mostró su satisfacción tras la constatación de que, después de casi dos años, las ranas han vuelto al sector, no sólo por lo que representa para la biodiversidad, sino porque la experiencia se puede replicar en otros lugares, posiblemente en 2024.
De colores variados, que van del verde al café, pasando por el crema, gris e incluso el negro, esta rana «camuflaje puede tomar casi cualquier color», expuso Bustamante.
El macho adulto suele medir, en promedio, unos cinco centímetros, dos menos que la hembra, y la especie debe su nombre a la bolsa marsupial que tiene la madre en su espalda, donde quedan los huevos fecundados, que son insertados con las patas.
La rana marsupial andina «es la última que le queda a Quito, que está ligada al agua, todas las otras ranas que tenían vida en el agua desaparecieron, se fueron de Quito», aseveró Bustamante.
«Migración forzosa» por contaminación
La «migración forzosa» ocurrió porque la calidad de agua se deterioró: «El agua en Quito en un agua que en sus sistemas naturales, está muy contaminada. Las quebradas y los ríos de Quito han sido destruidas o han sido tapadas, han sido borradas o han sido contaminadas», indicó.
«Por eso -insistió- es súper importante trabajar con la rana marsupial andina, porque es la última que le queda, es la última oportunidad de rana ligada al agua».
Y aunque aclaró que «no está en peligro de extinción», sí «está como casi amenazada». «Es decir, si seguimos haciendo las cosas mal, pronto podemos empezar a verla desaparecer», advirtió.
Si se pierde definitivamente «con certeza hay un desequilibrio en el ecosistema» y no habrá quien cumpla su rol de «comerse a los insectos cuando son adultas, pero tampoco habrá quien haga este rol en el agua de comerse las algas y remover nutrientes», advirtió.
En general, perder funciones del ecosistema, hace que éstos sean cada vez más frágiles, alertó Bustamante, para quien perder a la rana, significaría también «el haber perdido esta batalla contra nosotros mismos, en la que estamos demostrándonos, que vamos destruyendo las cosas a paso acelerado».
Susana Madera
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