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Crimen y Justicia

El miedo a las bombas israelíes apaga el zoco antiguo de Sidón, antes lleno de vida

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Sidón (Líbano), 24 oct (EFE).- En un pequeño taller a rebosar de retales, Um Mohamed apura un encargo en su máquina de coser, una de las pocas que aún mantiene sus puertas abiertas a media tarde en el zoco antiguo de la ciudad libanesa de Sidón, cuyo ambiente lleno de vida ha quedado apagado por el miedo.

La mayoría de los comercios del mercado histórico están cerrados a cal y canto, y solo algunos transeúntes vagan por sus callejuelas de piedra. Israel todavía no se ha ensañado con Sidón como lo ha hecho contra otras ciudades del sur del Líbano en el último mes, pero el miedo y la cercanía al epicentro ya han hecho mella aquí.

«Cuando la situación se volvió insoportable, disminuyó el número de personas y la gente empezó a tener miedo a salir de casa. Tienen miedo a venir y recoger sus encargos, a veces llaman y preguntan si están listos para recoger de forma que puedan venir rápido y marcharse inmediatamente», explica Um Mohamed a EFE.

Algunos vecinos de Sidón han huido a áreas más al norte en medio de la campaña de bombardeos israelíes que azota el sur y el este del país desde hace semanas, mientras que otros se han quedado y conviven con los desplazados de zonas más meridionales que buscan refugio en la localidad.

Esta antigua ciudad de comerciantes marca hoy una suerte de frontera con la región más castigada por las bombas.

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Excepción a la norma

Um Mohamed lleva dos décadas trabajando como costurera y se crió en este mismo zoco histórico. «Me casé aquí y mis hijos se casaron aquí, la zona es mía», bromea riéndose.

En su establecimiento rodeado de puertas cerradas, la mujer explica que antes las tiendas del mercado permanecían abiertas hasta las 19.00 horas y que ahora casi todas cierran a las 15.00 horas ante la delicada situación de seguridad.

«Yo no tengo miedo porque mi casa está justo enfrente del taller, me quedo hasta tarde con mis hijas para acabar el trabajo. Por ejemplo, desde hace un mes o así estamos haciendo colchones y almohadas para los desplazados», relata.

Más recientemente, han comenzado a coser tiendas de nailon para que las personas que han tenido que abandonar sus hogares se cobijen de las lluvias que se avecinan.

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«Ha aumentado el número de gente debido a los desplazamientos, de personas que buscan casas, un lugar donde quedarse, incluso en escuelas, en lo que sea», dice.

Desde que Israel iniciara su oleada de incesantes bombardeos hace un mes, alrededor de 1,2 millones de personas, es decir, la quinta parte de la población del Líbano, se han visto forzadas a dejar sus hogares, sobre todo en el sur del país de los cedros.

Um Mohamed tiene frente a su tienda la zona de los carpinteros del zoco, donde solo dos abren cada día frente a los seis que había antes de la guerra.

«Mis vecinos que tienen tres tiendas no han abierto desde el inicio», asevera, y añade que cuando hay un estruendo sónico de aviones de guerra israelíes, «la gente desaparece de las calles».

«Y esto es sólo un estruendo sónico. ¿Qué ocurrirá cuando lancen un ataque? Gracias a Dios, Sidón es seguro», exclama la mujer, a quien solo se le ocurrió cerrar su tienda durante la anterior guerra de 2006, también contra Israel.

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«Todo ha parado»

A pocos metros del taller de Um Mohamed se encuentra el minúsculo establecimiento de Ibrahim Kerjiye, de 70 años y cuya tienda lleva abierta casi medio siglo.

El poco ambiente que ve ahora es el de los desplazados del sur del país: «Ellos son los únicos que están compensando. Y no sólo aquí en Sidón sino en todas las zonas libanesas que los acogen», comenta a EFE.

Kerjiye se remonta a 2019, cuando estalló una grave crisis económica que el Líbano llevaba décadas arrastrando sin saberlo, para decir que ya el comercio había colapsado.

«La situación del país ya era miserable (…) económicamente estaba congelada», comenta.

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Por otro lado, el comerciante Marwan Araadan coincide en que no hay economía en la nación desde antes del inicio de la guerra.

Lo que más se compra ahora en las calles de este centro histórico es comida, bebida y ropa.

Y todo esto gracias a los desplazados, que han hecho que el zoco pueda verse algo más animado. Pese a este movimiento, la situación actual es de lo peor que han vivido.

«Es una desgracia porque no hay negocio. Todo ha parado», zanja.

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