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El primer testigo del gran naufragio de Lampedusa: «Esas personas pudieron ser salvadas»

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El heladero Vito Fiorino al monumento conmemorativo que él mismo construyó en el centro de la isla italiana de Lampedusa con los nombres de los 368 inmigrantes muertos el 3 de octubre de 2013. EFE/ Gonzalo Sánchez

Lampedusa (Italia), 2 oct (EFE).- Cuentan que la luna se ausentó del mar de Lampedusa la noche del 2 de octubre de 2013 y en aquellas aguas oscuras se fraguó uno de los peores naufragios recordados en el Mediterráneo, con 368 inmigrantes muertos.

El primero en constatar la tragedia fue Vito Fiorino, un heladero que dormía con amigos en un barco cercano: «Esas personas pudieron ser salvadas», asegura a EFE diez años después de la noche que marcó su vida.

«Siento mucha rabia. Aquellas personas, como muchas otras, podrían haber sido salvadas, pero la indiferencia de dos embarcaciones, sin duda militares, hizo que 368 no llegaran al alba», sostiene.

Ha pasado una década, pero Fiorino, a sus 73 años, sigue recordando con emoción aquella pesadilla y hablando con tono paternal de las 47 personas que él mismo salvó de las olas.

Testigo por casualidad

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La noche entre el 2 y el 3 de octubre del 2013, una barcaza zarpada desde Libia con unos 520 inmigrantes se hundió a solo una milla de las costas de la isla italiana de Lampedusa (sur): solo 155 sobrevivieron.

Todo ocurrió de noche y Vito, con una vida sin sobresaltos en su heladería, se convirtió en su primer testigo, casi por casualidad.

Aquel día debía salir por la mañana a pescar con amigos, pero el plan se retrasó y, al final, salieron al mar de noche. Charlaban, estaban a gusto, así que decidieron quedarse a dormir anclados en la bahía de Tabaccara, en el extremo sur de la isla.

Los ecos de la desgracia resonaron de madrugada, hacia las 6:30. Fiorino se había despertado con las primeras luces del sol y con el movimiento del barco, en marcha por alguna razón que desconocía. Al llegar a la cabina, el patrón le espetó: «Calla, ¿no escuchas gritos de dolor?».

«Yo no escuchaba nada, solo gaviotas. Le pedí que acudiera hacia esas voces. Me puse en la proa y, tras recorrer 800 metros, asistí a una escena aterradora», rememora.

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En el agua flotaban los vestigios de un naufragio nocturno: unas 200 personas pedían ayuda con «los brazos levantados y a gritos», algunos «aferrados a cadáveres». Otros ya estaban en el fondo.

«Nos poseyó el miedo. Empezamos a salvarlos. Estaban desnudos, resbalaban porque estaban manchados de carburante», rememora.

Cronología de un desastre

Con todo, la barca de Fiorino salvó a 46 hombres y una mujer, eritreos. Tras el rescate, los supervivientes aclararon lo ocurrido.

La patera había llegado de noche frente a Lampedusa, o eso creían, y se detuvo a la espera de ser rescatada. Sin embargo, aunque pronto recibió la visita de dos buques «grises», fue dejada donde estaba.

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Fiorino recuerda que a esa misma hora y en ese punto él mismo vio desde su barco dos luces azules que atribuye a naves de la policía. «Los fotografiaron, los iluminaron y se marcharon (…) Pretendían salvarlos la mañana siguiente», afirma.

Poco después, el conductor de la patera se percató de que entraba agua, por lo que empapó su camiseta de carburante y la prendió fuego para lanzar una desesperada señal de ayuda en la noche.

«Se desató un incendio. Mujeres y niños se convirtieron en antorchas humanas. La gente se agolpó a un lado y la barca volcó», ilustra.

«Una marca imborrable»

Aquello marcó para siempre a Fiorino, que ha consagrado su vida a predicar en escuelas el respeto por quien huye. Él, que fue otro «migrante», porque aunque nació en el sur, su padre emigró al próspero norte en busca de mejor suerte.

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En el 2000 conoció esta remota isla frente a África y decidió quedarse: «Entendí que algo en mí estaba cambiando», sostiene, junto al memorial que él mismo ha construido en el centro de Lampedusa con los nombres de las víctimas.

Ha pasado una década de esta desgracia que conmocionó a Europa, pero el Mediterráneo sigue llenándose de muertos: «Aquí nada ha cambiado», lamenta, sobre todo por los discursos xenófobos en la política y la ausencia de una operación europea en el mar.

¿Qué le diría a quienes temen una «invasión»? «Les invitaría a mi barca para que revivieran lo que yo vi hace diez años», sentencia.

Gonzalo Sánchez

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