Crimen y Justicia
El Túnez postgolpe: primero vinieron a por los islamistas, pero yo no era islamista
Túnez, 4 oct (EFE).- Primero vinieron a por los islamistas, pero yo no era islamista. Esta es la consigna que resume los tres últimos años de mandato del presidente Kais Said después de que se hiciera con plenos poderes para «rectificar» el proceso revolucionario y poner fin a lo que llama «década negra», liderada por el partido Ennahda, cuyos principales líderes se encuentran en prisión.
El 25 de julio de 2021 miles de tunecinos se lanzaron a las calles en un contexto de crisis en cadena: los estragos de la pandemia, un Parlamento democrático que acumulaba escándalos de violencia y un gobierno al filo de la moción de censura.
El espíritu de la revolución, que expulsó en 2011 a Zine El Abidine Ben Ali y su clan de Cartago tras dos décadas de autocracia y que había inspirado a las llamadas primaveras árabes, parecía resurgir entre el hastío y la decepción.
Reclamaban desterrar a la casta política y en el punto de mira se encontraba el partido islamista conservador, cuyo dirigente histórico Rached Ghannouchi había regresado con el inicio de la transición democrática y se mantuvo con relativo éxito en la decena de ejecutivos que se han sucedido desde entonces.
A finales de ese mismo año llegó el primer golpe de muchos contra Ennahda con la detención de Noureddine Bhiri, su vicepresidente y exministro de Justicia.
«Es irónico porque Ennahda ofreció la victoria a Said movilizando a sus bases en 2019, incluso hizo campaña por él ignorando a su propio candidato, y Said terminó con Ennahda», señala a EFE un politólogo que prefiere preservar su anonimato por temor a represalias.
Ambos comparten la misma base ideológica, explica, por lo que las primeras detenciones fueron consideradas como una guerra interna dentro del movimiento islamista pero también influyó el «narcisismo exorbitante» de la clase política, que creyó que Said no llegaría lejos sin partido ni experiencia, y la sociedad civil que estaba desconectada de la realidad.
Para el mandatario, el país vivía en un placebo democrático después de que la élite política y económica se hiciera con el control y la mayoría ciudadana, partidos panarabistas y organizaciones como el poderoso sindicato UGTT recibieron con entusiasmo su proyecto «para devolver el poder al pueblo».
Polarización en Túnez
«Túnez nunca ha estado tan polarizado. Aquellos que contestan su poder no tienen lugar en esta sociedad, hay que deshacerse de ellos, son traidores y antipatriotas», afirma el especialista.
Después de los islamistas vinieron los demás. Cada iniciativa en su lucha por la «liberación» del país ahonda esta brecha social: la nueva constitución ultrapresidencialista de 2022 -aprobada en referendo popular pese al 70% de abstención-, la destitución del Consejo Superior de Magistratura y la aprobación del decreto presidencial 54 contra las noticias «falsas» que ha llevado a la cárcel a todo crítico con el régimen.
«Todos creían que esas cosas sólo les pasan a los demás. Cuando algunos militantes advertíamos del peligro contra el Estado de Derecho y denunciábamos un golpe muchos lo negaban porque creían que terminarían compartiendo el poder con Said. El discurso de odio ganó», recuerda la activista Chaima Issa, una de los dos únicos prisioneros políticos liberados hasta ahora y que permaneció cinco meses en prisión por «complot contra la seguridad del Estado».
Según Human Right Watch, de las más de 170 personas detenidas por motivos políticos o por ejercer sus derechos fundamentales, un centenar son miembros o simpatizantes de Ennahda.
Los arrestos y procesos arbitrarios se han extendido a opositores de la izquierda y del antiguo régimen, intelectuales, sindicalistas, responsables de empresas e instituciones públicas, jueces, empresarios, activistas, periodistas e internautas.
«Empezó como una venganza contra la clase política, fue una catarsis en medio de la tragedia tunecina que estábamos viviendo pero la represión y la fatalidad se han apoderado de la ciudadanía. El clima de miedo y el Estado policial se ha instalado como en la época del dictador Ben Ali. Uno mira a su alrededor y susurra antes de hablar», asegura un miembro de una ONG que teme que un segundo mandato de Said llegue cargado de nuevas detenciones.
Natalia Román Morte
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