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Crimen y Justicia

En el corazón de la devastación en el Líbano, un hospital aguanta contra viento y marea

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El director del hospital público Nabih Berri de Nabatieh, Hassan Wazni, en una entrevista con EFE en el centro sanitario (Líbano). Frente al Hospital Nabih Berri se eleva una gran columna de humo causada por un bombardeo israelí a pocos kilómetros de distancia. Sin apenas pacientes, el personal sanitario que ha decidido quedarse allí arriesga su vida cada día para salvar a los heridos en el sur del Líbano. Este martes, un bombardeo resuena en el vestíbulo, y hace temblar los cristales. Los paramédicos salen corriendo al aparcamiento para determinar dónde se ubica el edificio atacado y se apresuran en sus ambulancias a la escena, en caso de que haya algún herido que socorrer. EFE/ Isaac J. Martín

Noemí Jabois, Ana María Guzelian e Isaac J. Martín

Nabatieh (Líbano), 22 oct (EFE).- Frente al Hospital Nabih Berri de Nabatieh se eleva una gran columna de humo causada por un bombardeo israelí a pocos kilómetros de distancia. Sin apenas pacientes, el personal sanitario que ha decidido quedarse allí arriesga su vida cada día para salvar a los heridos en el sur del Líbano.

Este martes, un bombardeo resuena en el vestíbulo, y hace temblar los cristales. Los paramédicos salen corriendo al aparcamiento para determinar dónde se ubica el edificio atacado y se apresuran en sus ambulancias a la escena, en caso de que haya algún herido que socorrer.

«En una situación normal tenemos más de 150 médicos y 350 empleados. Ahora muchos se han ido, la mayoría se han ido, y tenemos 17 doctores de diferentes especialidades y alrededor de 70 trabajadores», explica a EFE el director de este hospital público, Hassan Wazni.

Bajo la intensa oleada de bombardeos israelíes iniciada hace un mes contra el Líbano, el personal vive ahora con sus familias en el centro hospitalario, donde trabajan las «24 horas».

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Wazni, que tiene un colchón en su despacho, aduce que algunos días reciben a «muchos heridos» y otros días no, dependiendo del nivel de la escalada. «Estamos trabajando, estamos realizando nuestro trabajo, estamos haciendo lo que debemos hacer», dice.

Mientras habla, una nueva explosión sacude Nabatieh, elevando otra gran columna de humo visible desde su ventana.

Sin pacientes

Lo que apenas tienen ya son pacientes rutinarios, pues la ciudad se vació al comienzo de la oleada de ataques israelíes el pasado 23 de septiembre, cuando los cazas azotaron esta ciudad con especial furia.

Wazni, que lleva casi dos décadas trabajando aquí, estima que solo permanece aquí entre un 3 y un 5 % de la población.

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«Aún quedan particularmente pacientes ancianos y alguna gente pobre que no pudo irse de la región porque no tienen dinero para alquilar apartamentos fuera. Y quizás algunos no se quieren ir, quieren quedarse en sus casas», sentencia.

El hospital cuenta con un centro oncológico que solía atender a medio centenar de pacientes por día y que hoy ya no atiende a nadie; y con una unidad de diálisis en la que solo quedan dos enfermos frente a los cerca de 90 habituales antes de la guerra.

El departamento de quemados del Hospital Gubernamental Nabih Berri es el segundo más importante del país, pero también casi todos los pacientes han sido transferidos a Beirut.

El pasado miércoles, un ataque israelí acabó con la vida del alcalde de Nabatieh, Ahmad Kheil, mientras estaba llevando a cabo una reunión de gestión de crisis en el edificio municipal de la ciudad. Otras cinco personas murieron en el bombardeo.

Aunque la ciudad se ha convertido en una zona casi fantasma, aquel día muchas personas se habían congregado en el Ayuntamiento de la localidad «para traer alguna ayuda, apoyo, comida y otras cosas», apunta Wazni, cuyo centro atendió a 36 heridos a causa de aquel bombardeo.

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«Más duro» que 2006

Tras el ataque que mató a Kheil, el hospital gubernamental también recibió cuatro cadáveres, pese a que no cuenta con una morgue de gran tamaño, pues en tiempos de paz no la necesitan.

Por ello, los fallecidos son transferidos a uno de los otros dos centros médicos que aún operan en la región y que tiene capacidad para custodiar hasta 40 cuerpos sin vida.

Son unas pérdidas humanas y una devastación similares a las que ya azotaron el Líbano durante la última guerra de 2006, pero con una dureza aún mayor.

«Ahora es más duro, es más difícil, es menos seguro y también se ha quedado menos gente. Anteriormente, se habían quedado más enfermeras y más médicos, también más gente y civiles habían permanecido en la zona», relata el director.

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Este octubre, los bombardeos son además más frecuentes que hace 18 años. «Es duro, es demasiado duro», lamenta.

Según recuerda, en 2006 la situación permitía que «muchas» ONG accedieran a Nabatieh y distribuyeran ayuda, mientras que hoy estas instalaciones médicas apenas tienen combustible para operar generadores eléctricos.

Solo en la mañana de este martes, la aviación israelí lanzó bombas y misiles en 13 puntos del entorno.

«Tenemos una buena reserva de suministros médicos y medicinas, pero las necesidades son en lo relativo al combustible y la comida, lo que comen las familias. Somos cerca de 200 aquí o más», comenta Wazni.

«Sin electricidad no podemos trabajar, todo necesita electricidad», concluye.

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