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Crimen y Justicia

Gervasio Sánchez y las «Vidas minadas» de las posguerras «olvidadas» por los tratados

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Madrid, 3 oct (EFE).- El reportero español Gervasio Sánchez está inmerso en un proyecto documental en el que lleva trabajando 25 años, «Vidas minadas», un «grito contra el impacto de las minas antipersonas en los civiles en las posguerras», de los que -dice- se han olvidado los países que se comprometieron a darles ayudarla humanitaria.

Es la denuncia de este veterano reportero en una entrevista a EFE en la que advierte del dolor que pueden causar estas minas una vez finalice el conflicto de Ucrania.

«Causan mayor dolor cuando el conflicto ha finalizado, porque cuando se acaba la guerra los combatientes se marchan, dejan la mina sembrada y empiezan los accidentes por la gente que vuelve a sus aldeas, explica este fotoperiodista que lleva trabajando con víctimas de esta lacra desde 1995.

En esa época, Gervasio reconoce que estaba cansado de ir «de guerra en guerra», donde a las víctimas se las clasificaba en forma de ceros. «Mil muertos, 10.000 muertos, 100.000 … Y yo quería hacer una historia con nombres y apellidos y así fue como empecé ‘Vidas minadas’», relata.

La historia de Sofie y «Gervasito»

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Le ayudaron tres ONGs y constató los estragos de las víctimas en siete países del mundo: visitó hospitales, centros ortopédicos, se encontró a gente con amputaciones, y lo contó, y en uno de esos países, en Mozambique, conoció a Sofie.

Algunas de esas víctimas ya son parte de su «familia universal» y se nota en sus miradas. Sofie le acompaña en la entrevista. La conoció cuando ella tenía catorce años. Ahora tiene 41 y cinco hijos de cuatro compañeros diferentes, y ninguno, solo el último que se suicidó a los meses, le ayudó.

El nombre del quinto hijo da cuenta de lo que admira al periodista: «Gervasito», le llama, un pequeño travieso de poco menos de dos años que juega en la sala con rotuladores y cartulinas de colores.

Es una mujer de una gran fortaleza. Ha dado la batalla a una vida que no se ha portado bien con ella. Perdió las dos piernas a los once años cuando pisó una mina mientras recogía leña con su hermana pequeña cerca de su casa, en Massaca, a algo más de 50 kilómetros de Maputo, capital de Mozambique.

Su hermana, de ocho años, no pudo sobrevivir a las heridas, y el dolor que acompaña a la familia lo delatan sus ojos. «Vivir así es difícil», pronuncia en portugués esta luchadora que ha intentado mejorar en todo momento su vida y que ha cambiado de prótesis en catorce ocasiones, con los cambios de su cuerpo.

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Logró acabar la educación secundaria en una escuela a 9,6 kilómetros de su casa, a la que iba en silla de ruedas, y ahora tiene una pequeña tienda y además se dedica a coser.

«Les acompaño, pero no les puedo cambiar la vida»

Con Sofie y con otras muchas víctimas, como Manuel Orellana, Gervasio se comunica por redes sociales o por WhatsApp con frecuencia. «Me siento obligado a saber qué pasa con ellos y a acompañarles, aunque no les puedo cambiar la vida», dice el periodista.

«Sucedió en diciembre de 1991. Tenía veinte años. Fue poco tiempo después de que firmaran un acuerdo de paz en El Salvador. Tuve la mala suerte de pisar una mina- afirma Manuel en esta entrevista a tres-. Trabajaba con mi padre en la agricultura», apostilla.

Fue, según admite, el peor día de su vida porque a partir de ahí todo cambió. «Fue muy difícil, pero gracias a mi familia, que ha estado siempre conmigo apoyándome emocionalmente, diciéndome que la vida sigue … Gracias a ellos y al esfuerzo que yo he puesto vamos para adelante», apunta.

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Ahora tiene 51 años y aprendió el oficio de la costura, donde conoció a la que es hoy su mujer, con la que se gana la vida haciendo camisetas deportivas y ha conseguido que tres de sus cuatro hijos estudien en la universidad.

Las minas también le amputaron las piernas, las prótesis las ha tenido que cambiar ocho o nueve veces, y se las ha ido facilitando el Gobierno de El Salvador. Ahora pide a todos los países que fabrican minas que no lo sigan haciendo. «Debían buscar otra clase de negocio», sentencia.

Belén Escudero

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