FARÁNDULA
La futura reina de Dinamarca, celebrada en Australia como un tesoro nacional
Era una clásica historia de amor australiana, ambientada en un pub de Sídney: una chica conoce a un chico. La chica se casa con el chico y vive feliz para siempre.
Pero cuando María Donaldson, entonces una chica de Tasmania de 28 años de edad, que trabajaba en el sector inmobiliario, conoció a “Fred” (también conocido como Federico, príncipe heredero de Dinamarca) en el bar Slip Inn, en septiembre de 2000, de repente se vio sumergida en un cuento de hadas completamente diferente.
“La primera vez que nos vimos o nos dimos la mano, no sabía que él era el príncipe heredero de Dinamarca”, dijo María en una entrevista en 2003. “Fue casi media hora después que alguien se me acercó y me dijo: ‘¿Sabes quiénes son estas personas?’”, contó.
Este mes, más de 23 años después, María (ahora princesa heredera, de 51 años) se convertirá en la próxima reina consorte de Dinamarca, después de que la reina Margarita II anunció su abdicación en su discurso del día de Año Nuevo. El marido de María se convertirá en el rey Federico X.
Ha sido aclamada internacionalmente entre los observadores reales por su distintivo sentido de estilo personal y su abierto compromiso con causas progresistas, incluida la defensa del cambio climático y la sostenibilidad, así como los derechos de las mujeres y los niños.
En Dinamarca es adorada. Y en su Australia natal, la improbable historia de su princesa de Tasmania generó durante décadas titulares espumosos y una amplia cobertura de su miembro local de la familia real danesa y su tan alardeado guardarropa. De hecho, María hace tiempo que renunció a su ciudadanía australiana (y británica, a través de sus padres escoceses). Conserva sólo un mínimo rastro de su acento original y habla danés con fluidez. Pero en Australia se la celebra como un tesoro local.
“La princesa María es una maravillosa embajadora de Tasmania”, dijo Jeremy Rockliff, primer ministro de Tasmania, en una declaración reciente. Y añadió: “Estamos muy orgullosos”.
Su próximo ascenso al trono no ha hecho más que aumentar ese interés y orgullo: un titular reciente en la portada de The Australian, un periódico nacional de gran formato, decía: “Salvemos a María, nuestra reina Flannie que vive un sueño de cuento de hadas”. (“Flannie” es la jerga australiana para las camisas informales de franela, que a menudo se usan en granjas y lugares de trabajo, que María vestía cuando era más joven).
El esfuerzo de la prensa británica por reformularla como “María, Reina de Escocia”, citando sus raíces escocesas, ha provocado comentarios mordaces en Australia. “No contentos con su propia familia real, los periódicos británicos están tratando de reclamar a la próxima reina de Dinamarca, la princesa heredera María, como una de los suyos”, dijo esta semana el periódico
The Melbourne Age.
El rey Carlos III, jefe de Estado británico, es también el monarca australiano por ser parte del Commonwealth, por lo que la familia real británica es técnicamente australiana. Pero la mayoría de los australianos se sienten, en el mejor de los casos, ambivalentes al respecto: sólo el 35% de los australianos están comprometidos a retener un monarca británico a largo plazo, según una encuesta reciente.
Pero hacia María, a quien se considera alguien identificable y con los pies en la tierra, esa inclinación republicana no se aplica. “La implacable abjuración de María del drama, su compromiso entusiasta con causas de interés público y su excepcional defensa de la comunidad LGBTQ+ en Dinamarca y más allá” atraen incluso a los fervientes antimonárquicos, escribió el comentarista australiano Van Badham en una reciente columna en The Guardian.
Y luego está la improbable historia de fondo. Cuando María y Federico se conocieron, Federico estaba de visita en Sídney para los Juegos Olímpicos. Una de las personas que lo acompañaban le pidió a un amigo australiano que los acompañara al pub. La amiga trajo a su hermana, que trajo a su propia amiga, que trajo a su compañera de cuarto, María.
“Desde el primer momento en que empezamos a hablar”, dijo María sobre Federico en una entrevista de 60 Minutes Australia en 2003, “nunca dejamos de hablar”.
Ella le dio su número, o eso dice la historia, y él la llamó al día siguiente. Siguió una relación secreta, luego no tan secreta, que culminó con su matrimonio en 2004. Ese 14 de mayo, más de un millón de australianos se despertaron en la mitad de la noche para pegarse al televisor y convertirse en espectadores de un momento histórico para su nación.
Una vida común
Hija de un profesor de matemáticas y una asistente ejecutiva, María nació en Hobart, la capital de Tasmania, el estado insular del sur de Australia. “Yo era una chica que vestía remera y pantalones cortos y solía andar descalza”, dijo al Financial Times en una entrevista reciente. Asistió a una escuela pública, montó a caballo, practicó deportes y tuvo una educación corriente, antes de estudiar derecho y comercio en la universidad y mudarse a Melbourne y luego a Sídney para seguir una carrera en publicidad.
“No recuerdo haber deseado algún día ser princesa”, dijo a los periodistas poco después de que la pareja se comprometiera en 2003. “Quería ser veterinaria”.
Entre los daneses, que aplauden su diligencia, profesionalismo y habilidades en el idioma danés, María es enormemente popular, con un índice de aprobación del 85%, superando a muchos otros miembros de la familia real, según una encuesta reciente de la estación de radio pública de Dinamarca, DR.
“Ha parecido muy profesional como princesa heredera desde el día uno”, dijo Lars Hovbakke Sorensen, un experto en la familia real danesa. “Esto es algo a lo que los daneses dan gran importancia: el hecho de que pueden ver a la familia real trabajar mucho y participar en los asuntos en los que están involucrados”.
Y añadió: “Se podría decir que ha sido tan popular que incluso ha sido necesario en los últimos años restarle un poco importancia a su papel. Así no se arriesgaría a eclipsar al príncipe heredero, que es el que está destinado a ser el monarca reinante en algún momento”.
Los australianos también aman las buenas obras de María. Pero para muchos, escribió Badham en su columna, parte de su magia residía en la pura improbabilidad de que un monarca australiano cuyo camino hacia el trono comenzara en un pub ligeramente insalubre del centro de la ciudad.
“No fue Dios quien la puso allí, sino una cálida noche de Sídney y el Slip Inn”, escribió.
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