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Crimen y Justicia

La tragedia de Beatriz, que perdió a su hijo y su esposo a manos de la Policía de Brasil

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Santos (Brasil), 14 nov (EFE).- La brasileña Beatriz da Silva ha perdido en tan solo diez meses dos pedazos de sí misma. A su esposo en febrero y a su hijo de cuatro años la semana pasada, ambos víctimas de cuestionadas operaciones policiales por las que pide justicia.

Esta mujer de 29 años es una de las caras del impacto de la violencia policial en el estado de São Paulo, con 726 víctimas en lo que va de año, un 51 % más que en 2023 y el mayor número en cuatro años, según datos de la Fiscalía.

«A los policías no se les paga para matar, se les paga para detener, pero cuando entran a la favela ya llegan disparando», denuncia en una entrevista con EFE, sentada en el sofá cama de su tía en Vila Progresso, un barrio humilde situado sobre una ladera en la ciudad portuaria de Santos.

Allí duerme, o por lo menos lo intenta, con ayuda de tranquilizantes. Dice que no soporta vivir en su pequeño apartamento, donde todo le recuerda al niño.

Da Silva, una mujer bajita a quien sus familiares describen como trabajadora y de «corazón enorme», habla rápido y con aplomo. Solo aprieta los labios al acariciar un disfraz de superhombre que Ryan vistió recientemente.

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«Todavía no me lo creo… A veces parece que estemos esperando a que llegue a casa».

La noche del disparo

Había anochecido hacía poco y Da Silva estaba con su familia en la calle, en un barrio en el que todo el mundo se conoce. Los adultos charlaban y los niños jugaban.

De repente, se escucharon unos disparos al final de la calle. Vieron a una persona echada en el suelo junto a una moto caída y un par de policías con armas.

Los adultos metieron rápido a los niños dentro de casa, pero Ryan ya estaba con los labios blancos y, sin poder decir nada, se levantó la camiseta para enseñarle a su madre un gran agujero ensangrentado en el abdomen.

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Mientras era operado en un hospital cercano, dos hombres sin uniforme se presentaron como policías a Da Silva, y empezaron a hacerle preguntas. Ella estaba muy nerviosa y empezó a gritarles que la dejaran en paz.

Unas horas después, los médicos anunciaron la muerte de Ryan, a quien envolvieron en una sábana para que la madre pudiera tomarlo en brazos una última vez.

Lagunas en la investigación

Un portavoz de la Policía regional reconoció la semana pasada que el tiro «probablemente» fue disparado por un agente durante un intercambio de tiros con un grupo de diez supuestos criminales, pero los testigos con los que habló EFE, que se encontraban a unos 30 metros, niegan que hubiese tal tiroteo.

Los policías han sido apartados de sus funciones mientras se investiga lo ocurrido. Sin embargo, una semana después del incidente, el peritaje forense del lugar de la muerte de Ryan todavía no había sido realizado, según relataron a EFE familiares tras reunirse con un comisario.

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El Gobierno regional no respondió a las preguntas sobre los motivos de este atraso y sobre si los agentes llevaban las cámaras corporales encendidas, como obliga la norma.

Hace unos meses, preguntado por el aumento de la violencia policial, el gobernador de São Paulo, Tarcísio de Freitas, un aliado del expresidente ultraderechista Jair Bolsonaro, dijo que los críticos podían ir «a la ONU o a la Liga de la Justicia», un cómic de superhéroes, que a él le daba igual.

Ausencia de apoyos

Desde la muerte del esposo, que tenía una invalidez por cojera congénita, en otro supuesto intercambio de tiros todavía bajo investigación, la familia vive con el salario mínimo de 1.400 reales (unos 240 dólares) que gana Beatriz como cocinera de un colegio.

A la espera del resultado de las investigaciones, Da Silva encuentra en familia y vecinos el apoyo que no le da el Estado.

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Aunque llueve ese día en Santos, más de un centenar de vecinos se ha reunido en el lugar donde murió Ryan para pedir justicia.

Ester Fiel, una tía, lee el texto que ha escrito para la ocasión: «No somos animales para vivir encerrados dentro de casa solo porque vivimos en la favela. Nuestros niños van a jugar, sí, y nadie lo va a impedir».

Entre gritos de «¡justicia, justicia!», Da Silva se abraza a los dos hijos que le quedan: «Ahora tengo que intentar reconstruir mi vida, por ellos».

Jon Martín Cullell

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