Internacionales
Los niños venezolanos enfrentan explotación y baja escolarización en Trinidad y Tobago

San Fernando (Trinidad y Tobago), 9 oct (EFE).- Dos niños venezolanos se acurrucan en el pavimento bajo un sol abrasador mientras un hombre mendiga en su nombre en el sur de Trinidad y Tobago, uno de los muchos casos de menores forzados a una vida de explotación a una edad en la que deberían estar escolarizados.
Traumatizados por la peligrosa travesía marítima desde Tucupita, en Venezuela, hasta Icacos, en el suroeste de Trinidad, algunos de ellos son utilizados y alquilados para mendigar en el país de acogida, ya que sin acceso a la educación formal, se vuelven más vulnerables.
“Aunque la Ley de la Infancia prohíbe usar o permitir que un niño mendigue, vemos a muchos niños en las calles”, lamenta en declaraciones a EFE Angie Ramnarine, coordinadora del Grupo de Apoyo a Migrantes de La Romaine (LARMS), que trabaja con familias migrantes desde 2019.
Ramnarine, quien dirige una escuela para niños migrantes en San Fernando, denuncia que “la aplicación de la ley es mínima, por lo que los menores están expuestos al sol o la lluvia, y siguen siendo explotados a plena vista”.
Las escenas de niños junto a adultos que mendigan son habituales en la avenida Palmiste de San Fernando, en el centro comercial Gulf City o en la carretera Gulf View, según pudo constatar EFE.
La mendicidad, un negocio lucrativo

“Los adultos reciben más compasión cuando traen niños. Algunos padres alquilan a sus hijos por 50 dólares trinitenses (7,4 dólares estadounidenses) al día mientras trabajan”, afirma Ramnarine
La activista detalla que los adultos pueden ganar entre 500 y 600 dólares trinitenses (73-88 dólares estadounidenses) al día mendigando, en comparación con los 300 diarios que obtienen con un trabajo regular.
La Autoridad de la Infancia de Trinidad y Tobago documentó 60 casos de mendicidad infantil en 2023, 24 de ellos relacionados con migrantes venezolanos, pero Ramnarine asegura que la cifra real es mucho mayor.
Además, algunos migrantes encierran a sus hijos en sus apartamentos mientras van a trabajar: “No tienen otra opción, ya que necesitan trabajar y sus hijos no son aceptados en la escuela”, lamenta.
Para cubrir esta carencia, Ramnarine se asoció en 2019 con la Iglesia Católica, la Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur) y Living Water Community para establecer cuatro escuelas en Penal, Arima, Carapichaima y San Fernando.
“Enseñamos alfabetización y aritmética, proporcionamos comidas y ofrecemos actividades lúdicas. Los médicos visitan semanalmente a los menores”, indica.
Según Living Water Community, hasta 2024, 4.000 niños venezolanos de entre 5 y 17 años estaban registrados como refugiados o solicitantes de asilo en Trinidad y Tobago. De ellos, 1.462 recibieron educación a través del programa Equal Place de Acnur.
Barreras para acceder a las escuelas de Trinidad

Las dificultades para lograr plaza en las escuelas de educación primaria de Trinidad las conoce bien la venezolana Isabella Pérez, a cuya hija de 10 años le denegaron el acceso.
“No todos estamos registrados, y solo con los permisos y documentos adecuados -tarjeta de migrante, certificado de nacimiento traducido, cartilla de vacunación, comprobante de domicilio y foto de pasaporte- un niño puede entrar”, explica a EFE.
Más de 40.000 migrantes venezolanos residen en Trinidad y Tobago, pero solo unos 14.000 se encuentran registrados ante las autoridades locales. Según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), esta cifra representa una de las tasas más altas per cápita, ya que el país tiene tan solo 1,5 millones de habitantes.
Otros dos migrantes, que pidieron no ser identificados por temor a poner en riesgo las oportunidades de sus hijos, apuntaron también a la escasez de plazas como una de las razones de que muchos niños estén sin escolarizar.
Un funcionario del Ministerio de Educación de Trinidad confirmó a EFE que, en septiembre de 2024, solo 60 de los 200 solicitantes venezolanos fueron aceptados en las escuelas regulares de Trinidad.
En colaboración con Unicef y Acnur, el Gobierno trinitense ha intentado ampliar el acceso, pero el progreso sigue siendo limitado para desesperación de educadoras venezolanas como Emilys Bastardo, quien lamenta que muchos de los niños “no saben leer ni escribir”.
Además de las brechas escolares y el trabajo infantil, los niños migrantes enfrentan profundas secuelas emocionales. Según reveló la psicóloga venezolana Livia Rincón en un informe de la OIM, sufren ansiedad, pesadillas y miedo a la separación.
Elena Varisca

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