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Solidaridad entre migrantes, la diferencia entre morir o sobrevivir a la selva del Darién

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Bajo Chiquito (Panamá), 25 oct (EFE).- Fracturas, falta de agua, alimento. Una lesión o la escasez de víveres puede suponer la muerte en la selva del Darién, la frontera natural entre Colombia y Panamá que atraviesan a diario cientos de migrantes, al impedir el duro avance por acantilados, trochas y ríos. Algunos mueren, otros consiguen sobrevivir por la solidaridad de viajeros anónimos.

«Me caí, pisé un hueco de barro y me caí, pegué todo el peso del cuerpo», explica a EFE la venezolana Elsy mientras señala una pierna. Se balancea, pero la sostienen pronto por la espalda para que no caiga. «Me quedé sola, hasta que los conseguí a ellos», dice, y mira a su alrededor.

Elsy está rodeada de una decena de compatriotas venezolanos, en su mayoría jóvenes. Están en la orilla del río Tuquesa a unos pocos metros del poblado de Bajo Chiquito, el primer asentamiento indígena tras cruzar durante días el Darién. Pronto podrán descansar tras lo vivido en la selva, donde aseguran que se toparon siete cadáveres, «con un día o dos días de muertos».

Uno de los venezolanos del grupo explica que encontraron a Elsy «débil, ya casi no respiraba», pero se fue recuperando tras administrarle sueros, alimentarla y llevarla en una camilla. «La descansábamos en los lugares que tienen sombra, la descansábamos un rato, media hora, después seguíamos».

 Fue el hijo de la mujer, de unos diez años, quien les rogó que ayudaran a su madre. «Nos pidió llorando que (…) por favor le juráramos que le íbamos a traer a su mamá, que él necesitaba a su mamá», explica otra joven, y entonces señala a un compañero, «el protagonista», que acudió al rescate.

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«Es una vida, yo no se lo deseo a nadie. Solo quiero verlo y decirle ‘ahí está su mamá’. Yo le dije que no la dejaba botada, y se la traje», explica el joven con la voz quebrada, llora, y agradece al resto la ayuda.

Unos 170 muertos en 2024

Elsy tuvo suerte. Según el ‘Proyecto Migrantes Desaparecidos’ de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), en lo que va de año al menos 170 migrantes murieron o desaparecieron mientras cruzaban el Darién, en su mayoría por ahogamiento (92), seguido de actos violentos (35), y 19 por accidentes, enfermedad, condiciones ambientales extremas o falta de agua y comida.

Desde que comenzaron a contabilizar los casos en 2014, el proyecto registró 440 muertes, con 2024 como el año en el que más decesos han registrado, seguido de 2022 con 146, y 52 en 2023, cuando se produjo un récord histórico de migrantes que atravesaron el Darién, con 520.000.

Eso a pesar de que, según los datos de las autoridades panameñas, se ha producido un descenso del número de migrantes que atraviesan el Darién, con 274.444 hasta el pasado 13 de octubre, un 36,5 % menos que los 432.211 registrados en el mismo lapso de 2023.

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Este mismo viernes, las fuerzas de seguridad panameñas informaron del rescate de una mujer de 49 años. Su hija adolescente había llegado a Bajo Chiquito alertando de que su madre tenía una fractura y no podía continuar. Tras localizarla, la transportaron en piragua al poblado, donde recibió atención médica.

«Soy sobreviviente de la selva»

Después de pasar una noche en Bajo Chiquito, los migrantes continúan el trayecto en canoa hasta el centro de recepción migratoria de Lajas Blancas, donde reciben atención por parte de las autoridades panameñas y organismos internacionales, antes de seguir su ruta en autobús hacia Norteamérica.

En el albergue, en un área bajo techo con decenas de tiendas de campaña instaladas, se encuentra Eva Mendoza, traumatizada aún por lo vivido en la selva.

«Tuvimos alrededor de seis días en la selva, horrible, inexplicable la selva. Vimos muertos, yo por lo menos en mi caso me perdí de mi familia, de mi grupo, y estuve a la intemperie de la selva con mis dos hijos, soy sobreviviente de la selva», relata, hasta que pudo rescatarla «la Cruz Roja» en una piragua.

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Mendoza explica que «estaba deshidratada» y tenía sus pies «con quemaduras de segundo grado».

En una de las cabañas de madera del centro migratorio está la colombiana Carolina Castillo con sus hijos de seis y 14 años. Lleva allí casi cuatro meses, esperando a que su marido se recupere en un hospital de la capital panameña después de sufrir un accidente en la selva.

«Estábamos acampando y nos cogió el aguacero, un rayo le cayó a un árbol y el árbol se vino abajo y nos tapó el campamento (…) Él se fracturó la pierna, la cabeza y la cadera, y está allá hospitalizado, ya cuatro meses», dice, aunque añade: «Ha mejorado mucho, ya pronto sale del hospital».

La venezolana Ángela (es un pseudónimo, pide no ser identificada), cuenta que partieron 14 personas, entre ellas siete niños, para atravesar el Darién, pero que ese grupo se iba agrandando poco a poco por la selva con «muchas madres solteras con sus hijos» que eran «abandonadas» por avanzar despacio.

Al final juntaron en su grupo a 45 niños.

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«Claro, como no dan la marcha del ritmo y son niños grandecitos que hay que cargarlos y todo, pues los dejan en el camino y ellas pues esperan los grupos que siguen y se van uniendo. Vimos muertos en el trayecto, personas heridas, tratamos de rescatar a un señor, lo dejamos en otro campamento, pero me acabo de enterar que falleció, un señor mayor como de 60 años», relata.

Otros migrantes también hablan de ese hombre, un policía ecuatoriano. Ángela insiste que lo trataron «de rescatar pero nada, tenía la herida, estaba grave, y él ya estaba muy deshidratado, entonces fue imposible».

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