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Crimen y Justicia

Trauma y 97 rehenes en Gaza: las heridas de Israel a un año del 7 de octubre

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Casa calcinada por los milicianos de Hamás en el kibutz Ein HaShlosha durante los ataques del 7 de octubre de 2023, a escasos kilómetros de las alambradas que enclaustran la Franja de Gaza. EFE

Jerusalén/Ein HaShlosha, 4 oct (EFE).- El 7 de octubre de 2023 a las 6:29, los israelíes que vivían a escasos kilómetros de las alambradas que enclaustran la Franja de Gaza amanecieron escuchando el ruido de los cohetes disparados por Hamás, dando paso a una infiltración masiva de milicianos que se convertiría en la mayor matanza del grupo palestino en Israel, con 1.200 muertos y 251 secuestrados.

Un año después, 97 rehenes siguen atrapados en Gaza -el Ejército estima que más de una treintena están muertos-, lo que se ha convertido en la mayor herida abierta del 7 de octubre para el primer ministro, Benjamín Netanyahu, que se enfrenta semanalmente a manifestaciones multitudinarias de sus familiares demandando el retorno de los cautivos.

«No seremos una buena sociedad si no logramos que los rehenes vuelvan», dice en un encuentro con periodistas Iris Haim, madre de Yotam, uno de los cautivos asesinados a tiros por error por el Ejército israelí en Gaza el pasado 15 de diciembre.

Sin embargo, Haim se muestra escéptica ante un posible acuerdo con Hamás que lo permita, rompiendo con la doctrina habitual entre el resto de familiares, que desde ese mismo 14 de octubre se manifiestan semanalmente en Tel Aviv para reclamar ese pacto.

El pasado 7 de septiembre las protestas registraron una de sus mayores convocatorias hasta el momento con 500.000 personas indignadas por el hallazgo en la Franja de los cadáveres de seis rehenes. Los manifestantes compartían un reproche hacia Netanyahu: un acuerdo de alto el fuego les habría salvado la vida.

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Fue la tregua acordada con los islamistas en noviembre del año pasado la que permitió el mayor retorno de cautivos: 105. Después, el Ejército sólo ha conseguido sacar vivos a ocho rehenes en cuatro operaciones distintas a lo largo del año, el último el beduino Kaid Farhan Al Qadi el pasado 27 de agosto.

Gershon Baskin, activista israelí que lleva décadas luchando por lograr una convivencia pacífica entre palestinos e israelíes, apunta a que solo con el regreso rehenes la sociedad podrá hacer superar el trauma del 7 de octubre.

«Para Netanyahu firmar ahora un acuerdo con Hamás es perder esta guerra, es no conseguir su ‘victoria total’ contra el grupo terrorista», sostiene Baskin, quien tilda además de «egoísta e inmaduro» el comportamiento del Gobierno de Netanyahu en las negociaciones.

El trauma de las comunidades fronterizas

Junto a la ausencia de los rehenes, el trauma de los habitantes de las comunidades fronterizas con Gaza sigue patente en la sociedad israelí.

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Ellay Golan todavía se pregunta cómo logró salir viva del infierno que vivió ese día, cuando varios milicianos de Hamás se infiltraron en su casa en el kibutz Kfar Aza, muy cerca de Gaza.

«Llevábamos seis años viviendo en Kfar Aza y es muy irónico porque siempre nos habíamos sentido muy seguros. Aquel día había como unos 30 terroristas cerca de nuestra casa y entonces nos escondimos en el refugio sin saber muy bien qué iba a suceder” cuenta Golan, una israelí de 34 años en el hospital Shebba, donde trabaja, con los brazos y piernas todavía vendados. El 60% de su cuerpo está quemado.

«Le pedí a mi marido que nos trajera un cuchillo, ropa y algo de comida al refugio para proteger todo lo que podíamos a nuestra pequeña hija de un año», narra, recordando cada uno de los detalles del aquel día pese a que después estuvo casi dos meses en coma inducido.

Una hora después, con la casa apunto de colapsar por el fuego, los milicianos decidieron marchar a otros puntos del kibutz y fue entonces cuando Golan y su familia salieron corriendo, aterrorizados y sin saber a dónde ir.

«Me cuesta decirlo, pero… yo ya no creo más en la paz. Yo pensaba que los palestinos no tenían nada que ver con Hamás pero vi a muchos civiles colaborando con los ataques», acusa.

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En el kibutz vecino de Ein HaShlosha, a apenas cuatro kilómetros de la frontera, las sandalias de un miliciano de Hamás siguen tiradas en la calle y el viento mece un columpio cargado de polvo bajo el porche de una casa abandonada.

Ein HaShlosha, como Kfar Aza, es una de las 13 comunidades agrarias israelíes junto a Gaza que, un año después, continúan evacuadas por motivos de seguridad, manteniendo a unos 15.000 residentes desplazados en hoteles y alojamientos financiados por el Estado mientras que otros 50.000 ya han vuelto a sus casas.

Allí, el portavoz del Ejército David Baruch responde a periodistas enfocándose en la recién iniciada invasión israelí del sur del Líbano.

Al ser preguntado si el gran cabo suelto para el Gobierno son los 97 cautivos que siguen en Gaza, ensombrece el gesto y dice: «Absolutamente no. El retorno de los 101 rehenes que quedan (cuatro estaban secuestrados previamente al ataque), sabiendo que algunos de ellos tristemente ya no están vivos, sigue siendo una meta crítica de nuestros esfuerzos». 

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Núria Garrido y Paula Bernabéu

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