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Tepito, el turismo oscuro desafía al emblemático ‘barrio bravo’ de Ciudad de México

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Fotografía del 12 de octubre de 2024 que muestra a una mujer tomando una fotografía en el altar al "Angelito Negro" en el barrio de Tepito, en la Ciudad de México (México). EFE/Mario Guzmán

Ciudad de México, 21 oct (EFE).- El popular barrio de Tepito, en pleno centro de Ciudad de México, experimenta en la actualidad un crecimiento incipiente de un turismo que busca salir de los circuitos habituales y sitúan a la comunidad ante el reto de canalizar de forma positiva la llegada de visitantes atraídos por su peculiares y oscuros cultos.

Al igual que ya ocurriera en otros lugares de Latinoamérica, como el caso de las favelas en Brasil o las famosas comunas de Medellín en Colombia, Tepito empieza a acoger visitantes atraídos por la oferta singular de un barrio que todavía registra altos niveles de criminalidad y donde muchos de sus vecinos viven en condiciones económicas muy limitadas.

Los turistas extranjeros y nacionales buscan conocer de primera mano qué es lo que genera atractivo para el ‘turismo oscuro’ en Tepito, donde lugares como el ‘Angelito Negro’, el santuario a la ‘Santa Muerte’ o los monumentos a narcotraficantes fallecidos.

«Esto ha crecido demasiado, ahora la gente tiene fe (…) recibimos a unas cincuenta personas por día aquí, turistas normalmente de Colombia, Panamá, Brasil, Chile o Estados Unidos», explica Alexis, conocido como ‘El Chino’, quien hace 14 años creó un altar al ‘Angelito Negro’ (Diablo o Lucifer) que desde entonces no ha parado de crecer en afluencia de público.

El demonio y otros cultos

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El lugar, atestado de ofrendas en forma de dinero, alcohol y todo tipo de objetos, se encuentra en una casa particular del barrio donde Alexis creó un monumento para el culto oscuro después de que su madre se salvase de un cáncer, según él, gracias a la intervención del demonio.

«Vienen desde niños a adultos mayores, gente importante y humilde, de toda clase y condición, y aquí los recibimos sin ningún problema», cuenta Alexis quien confiesa alguna visita destacada como la del conocido rapero español Yung Beef hace unos años, y otras que quedan en el anonimato.

Al cuidado de este famoso enclave se encuentra ‘Doña Queta’, la vecina quien fundó el altar hace ya casi 25 años y desde entonces no ha dejado de ver cómo crece el interés turístico en su particular santuario, especialmente en las próximas fechas del Día de Muertos (1 y 2 de noviembre) una de las festividades más importantes del calendario mexicano.

Para que este tipo de turismo tenga un impacto positivo en la comunidad es clave que sean los propios vecinos que pongan los límites y controlen su desarrollo, si no se puede caer en el riesgo de «zoologizar» al barrio, indica Álvaro López, el profesor experto en turismo de la Universidad Autónoma Nacional de México (UNAM).

«Si los locales se benefician del arribo de turistas porque hacen uso de servicios, consumen y traen ganancias a la localidad y ellos (los vecinos) no se sienten intervenidos culturalmente», explica a EFE.

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Entre las causas que llevan a los visitantes extranjeros a este tipo de barrios, según López, se encuentran la búsqueda de experiencias de «riesgo» en poblaciones marginales y la conexión con realidades inexistentes en sus lugares de origen en términos de subdesarrollo.

«La llegada del turismo es buena, mucha gente está viendo un renacimiento de la fama del barrio, hay muchos curiosos que están volteando a Tepito que antes ni se lo hubieran planteado», cuenta José Luis, ‘El Ruso’, quien desde hace 60 años regenta ‘Migas la Güera’, restaurante tradicional.

El hostelero piensa que los vecinos se beneficiarán del turismo y la llegada de dinero que conlleva, pero sin perder la «esencia» del barrio como ha ocurrido en otras colonias populares de la ciudad como la Roma o la Condesa, ya totalmente gentrificadas por rentas altas y extranjeros.

«Eso no creo que pase aquí, vivimos mucha gente del barrio aquí, no lo abandonamos», remarca ‘El Ruso’, vecino de un barrio que deberá sortear esa fina línea entre el desarrollo económico y la pérdida de identidad.

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