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Cultura

Los ‘bouquinistes’ de París cumplen 475 años: “Seremos los últimos pequeños libreros”

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EFE/EPA/CHRISTOPHE PETIT TESSON

París, 9 nov (EFE).- Las sirenas de la policía pasando a toda velocidad son de lo poco que perturba la paz de Jérôme Callais cuando cada día, desde hace 35 años, abre su puesto de ‘bouquiniste’ (vendedor de libros de viejo y de ocasión) junto al Sena, orgulloso de continuar una tradición de París que cumple 475 de historia.

“Las pequeñas librerías de barrio cierran una detrás de otra y no son reemplazadas. Nosotros tenemos un modelo económico que nos permite aguantar, pienso realmente que seremos los últimos pequeños libreros”, afirma a EFE Callais, quien también ejerce como presidente de la Asociación Cultural de los Bouquinistes de París.

Nadie puede imaginarse Venecia sin sus góndolas, opina este antiguo músico que cambió el contrabajo por el papel, y de la misma forma nadie puede concebir París sin sus libreros del Sena, incluso en un mundo de prisas y tecnología.

Por eso, para asegurarse de que este legado siga vivo para celebrar medio milenio de historia en 25 años, Callais y sus compañeros decidieron que los ‘bouquinistes’ debían hacer fiesta este 2025 por sus 475 años y, el viernes próximo, han convocado a vecinos, curiosos y personalidades de la Cultura y del Gobierno a reunirse con ellos en el Pont Neuf.

La idea de esta celebración, en realidad, a Callais se le ocurrió tras asistir al centenario de la emblemática feria de libros callejera de la Cuesta de Moyano de Madrid.

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“La Cuesta de Moyano es tratada como un tesoro nacional y nosotros, en París, tenemos la impresión de que somos tratados como vagabundos”, lamenta.

Él defiende su oficio como una suerte de “sarcerdocio”, como “embajadores de la cultura” con un vínculo directo con el público, aunque si alguien aspira a “hacerse rico” desde luego no debe meterse a ‘bouquiniste’.

No solo dan una nueva vida a los libros de segunda mano, explica, sino que su trabajo también es “destacar libros que a veces han pasado desapercibidos porque salieron a la venta en un mal momento” y que podrían haber sido, en realidad, ‘best sellers’.

Frente a las librerías, aquí no hay “puerta que empujar”, pero hace falta “una cierta cultura, un cierto conocimiento”, apunta Callais, para ejercer la profesión.

La invasión de los ‘souvenirs’

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EFE/EPA/CHRISTOPHE PETIT TESSON

Ser ‘bouquiniste’ es fundamentalmente vender papel, defiende el presidente de la asociación cultural, aunque admite que hay zonas en las que la tradición se ha corrompido y en las que los emblemáticos puestos verdes junto al río venden solo ‘souvenirs’ para turistas, como llaveros de la torre Eiffel o ‘tote’ bags.

“Es lo que yo llamo un mal necesario”, detalla, porque para muchos compañeros es un soporte financiero importante. Pero hay zonas, como el paseo junto al Louvre o el de Saint-Michel, que están totalmente “podridas”, según sus palabras, por el hábito de limitarse al comercio de recuerdos.

Y eso a pesar de que el reglamento que regula su actividad lo impide, por eso Callais reclama al Ayuntamiento que lo haga cumplir.

Relaciona el problema, en especial, con el “abandono” institucional que sufrieron entre 2001 y 2008, una etapa en la que no tenían ningún interlocutor que se ocupase de ellos en Consorcio de la capital.

“Cuando despertaron, muchos ‘bouquinistes’ habían empezado a vender más recuerdos, y cada vez más. Y el librero que probó los ‘souvenirs’ es como el león que probó la carne humana, ya no puede prescindir de ellos porque no hace falta ser culto, no hace falta tener conocimientos de librero, basta con saber contar”, razona.

Pero “nadie puede ignorar el reglamento y la ley”, resalta Callais, y mientras tanto intentan “aislar” las zonas problemáticas para conservar el auténtico espíritu del bouquiniste.

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Es una tradición cuyos orígenes datan del año 1550 (aunque el propio Callais reconoce que la fecha es algo arbitraria por la falta de documentación), en los alrededores de la Sainte Chapelle y del Palacio de Justicia, no muy lejos de la Sorbona, con los primeros ‘colporteurs’ (vendedores ambulantes) de libros que después migraron a las orillas del Sena, a la zona del Pont-Neuf.

Era una zona donde pasaba gente notable y, sobre todo, que sabía leer y tenía medios económicos para comprar libros de segunda mano, solo un siglo después de la invención de la imprenta.

Unos 475 años después -aunque a veces tengan que afrontar batallas como la de los Juegos Olímpicos de 2024, cuando el Gobierno quiso retirarlos temporalmente del Sena-, París sigue siendo gracias a ellos, como apunta Callais citando al escritor Blaise Cendrars, la única ciudad en la que un río circula entre dos hileras de libros. Por Nerea González

EFE/EPA/CHRISTOPHE PETIT TESSON
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