Crimen y Justicia
Aeronaves bombardeadas, celdas abiertas y captagón en una base aérea de Al Asad
Damasco, 19 dic (EFE).- La estampa en la base aérea de Mezzeh, a las afueras de Damasco, resume a la perfección los primeros diez días tras la caída de Bachar al Asad: aeronaves bombardeadas por Israel abandonadas en plena pista, celdas inhumanas vacías de prisioneros y hasta una pila de captagón quemada a la carrera.
Pese a que hasta hace muy poco fueron unas importantes y secretas instalaciones militares del régimen sirio, hoy solo las custodian cuatro jóvenes rebeldes que parlotean en un puesto de control establecido en la carretera de acceso, casi ajenos a la importancia de lo que vigilan.
Las pistas están salpicadas de restos de aeronaves calcinadas, bombardeadas por Israel en los últimos días como parte de una campaña para destruir armamento y objetivos militares del antiguo régimen, supuestamente para evitar que caigan en manos de los insurgentes que lo derrocaron.
«Las unidades no estaban presentes aquí, atacan helicópteros y munición del régimen anterior (…) No nos atacan a nosotros, los objetivos son helicópteros y aviones de combate», comenta a EFE uno de los guardianes, como si los recientes bombardeos a escasos cientos de metros no fuesen con él.
Armas y tanques
El joven insurgente cuenta que cuando llegaron a la base aérea después de su entrada a Damasco el pasado 8 de diciembre, «todo el mundo había huido». Algunos de los antiguos soldados de Al Asad incluso se deshicieron de sus armas y mochilas antes de correr hacia paradero desconocido.
«Encontramos armas, pero las entregamos a las partes interesadas. Cualquier cosa y cualquier objeto de este lugar llega a nuestra comandancia», afirma.
No esconde que inicialmente se produjeron algunos casos de saqueo por parte de civiles dentro de este aeropuerto militar aún lleno de documentos de inteligencia, tanques y aparatos de transmisión. «Pero encontramos inmediatamente una solución cerrando todas las entradas», agrega el rebelde.
En uno de los cobertizos, hasta arriba de carcasas para misiles, hay un helicóptero oficial sin tocar, aunque quienes le robaron el combustible en los últimos días ni se molestaron en retirar la manguera del depósito al terminar.
En los edificios, una sala de control equipada con aparatos desfasados que parecen sacados de una película de hace décadas e identificados con palabras en alfabeto cirílico, presumiblemente proporcionados por la Rusia aliada de Al Asad. En los revueltos cuartos de los oficiales, uniformes militares y pertenencias por el suelo.
Muchas de las fotografías de Al Asad y de su padre Hafez, también expresidente sirio, yacen por los pasillos.
También una cárcel
Sin embargo, tras la fachada de base aérea, el complejo también escondía cuatro prisiones de los órganos de seguridad del régimen, acusados de desaparecer a decenas de miles de personas durante el conflicto iniciado a raíz de las revueltas populares de 2011.
Una de ellas, en un sótano, era para mujeres y en sus celdas de paredes desconchadas, comidas por la humedad, aún yacen las mantas donde las prisioneras dormían en el suelo. En las paredes, llevaban la cuenta de los días y escribían versos del Corán con una suerte de barro verdecido.
«Había mujeres y hombres dentro de la prisión en grandes números», señala a EFE otro de los insurgentes desplegados en Mezzeh.
Según su relato, las fuerzas del régimen operaban aquí un total de cuatro cárceles con civiles, algunos de ellos opositores y «todos» acusados de cargos infundados. Como fueron haciendo en otras durante su rápido avance desde el noroeste del país, también aquí liberaron a los prisioneros tras su llegada.
«Solían utilizarlo como almacén para pastillas y como prisiones, pese a que es un aeropuerto militar (…) Era más un centro de inteligencia, porque había cárceles subterráneas», denuncia el joven.
Asegura que también encontraron «miles» de pastillas del estimulante sintético captagón, almacenadas en la base y que eran exportadas a países vecinos como Arabia Saudí o Emiratos Árabes Unidos.
Al igual que los centros de detención clandestinos, las fábricas de esta droga eran otro de los secretos a voces a menudo vinculados al régimen de Al Asad, pero que no habían podido ser constatados abiertamente hasta su reciente caída.
«Fue destruido inmediatamente por la Dirección de Operaciones Militares», concluyó el guardián.
Noemí Jabois
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